En Sevilla, encontrar un restaurante chino-chino no es tarea fácil, como tampoco lo es para generaciones de españoles sustituir el rollito de primavera, el pollo con almendras o el arroz tres delicias por un sabroso plato de medusas. Contra este sucedáneo de comida china lucha, desde que abriera sus puertas, el restaurante Qi Lin Ke Sevilla, un auténtico templo chino que se mantiene fiel a una consigna: tocar el corazón de los españoles con la verdadera cocina cantonesa, y lograr que sus paladares se enamoren de la cultura gastronómica del sur de China.
Disfruta de la comida cantonesa en el restaurante Qi Lin Ke Sevilla
Si es frecuentado por chinos, tiene un aspecto que no invita a entrar, y la carta tiene errores de traducción que complica, todavía más si cabe, conocer lo que vas a llevarte a la boca, puedes estar seguro, vas a comer en un auténtico chino. Para ello, nos desplazamos hasta Marqués de Pickman, 66, para adentrarse en la cocina cantonesa, y saborear las creaciones del restaurante Qi Lin Ke Sevilla, primero una sutil combinación de carnes, vegetales y marisco, para acabar con explosión de sabores a prueba de los paladares más atrevidos.
En la puerta todo correcto, un chino, que terminaba de ojear una revista, nos daba paso. Entramos. Y allí estaba Carmen, que nos sorprendió con su acento andaluz, inconfundible. Nuestra primera reacción: “¿Nos hemos equivocado?”. No, estábamos en Qi Lin Ke, un local chino-chino de apenas unos metros cuadrados. Todo, claro, menos sus camareros y, con algunos titubeos y ayuda de Carmen, tomamos asiento en la mesa 7 decididos a pedir “un vaso de agua caliente”. Aunque en Sevilla, a 40 grados de temperatura no sea recomendable, se trata de un hábito beneficioso que siguen chinos, japoneses y coreanos y, ahora, nosotros.
Con el primer plato el reto se transformó en amor a primera vista: llegaba la creación estrella de la cocina cantonesa, los dim sum. Su traducción, “tocar el corazón, satisfacerlo”, surgía efecto. Menudo sabor; las gambas, el bambú y la zanahoria iban deshaciéndose poco a poco en la boca.
No podíamos parar de comer, hasta que llegó el segundo: lenguas de pato cocinado, “una muy buena elección”, según Carmen, “apetitoso” para Miguel, de gusto rudo, porque su aspecto no animaba a probarlo. Sobre el plato, la extremidad de este animal cobraba protagonismo, una característica propia de la alta cocina china, que intenta cocinar poco sus platos y evita el uso de especias fuerte, como el ajo o el picante, muy frecuente en la zona del norte.
Las “lenguas” permanecían ahí, casi intactas, mientras salía el siguiente plato que nos trasladaba hacia la cultura japonesa: la “Ternera Teppán”. Sobre una plancha de hierro, la carne iba acompañada de vegetales (zanahoria, bambú, brócoli, setas…), una delicia que no tardó en reducirse en la salsa de soja que le cubría. Coronamos la comida con más dim sum, no podíamos resistirnos, algo más verde, de espinacas. Y salimos, sin dejarnos la cartera sobre la mesa: 30 euros en una cena para cuatro. Nos habíamos enamorado.
¿La siguiente parada? Chino Delicias, situado en la Avenida Ramón y Cajal, 24. Aunque entrábamos sin hambre, llenos de la primera parada, el pato pekín nos abrió el apetito, ¿y a quién no? No imaginábamos que se podría comer al más puro estilo italiano, mezclando la verdura y la salsa en un mismo creps.
Las ancas de rana pusieron el broche final a nuestra primera experiencia genuina. Habíamos superado los cinco retos: beber con agua caliente y comer dim sum, pato pekin, lengua de pato y ancas de rana. Pero, al final, sucumbimos a la tentación: pedir arroz tres delicias. Nos guardas el secreto, ¿verdad?